Ayer
sábado se cumplían 78 años desde los amargos hechos sucedidos en la antigua
carretera que unía Málaga y Almería. Este año, como los anteriores, la
efemérides ha transcurrido entre el silencio de los herederos políticos de los
asesinos franquistas y la manipulación de los que se consideran herederos de la
II República española.
Los
hechos son bien conocidos y no ofrecen dudas a nadie: el día 8 de febrero de
1937 y tras la entrada de las tropas golpistas en Málaga, la población civil,
atemorizada por las noticias que llegaban sobre la represión que seguía a la
entrada del ejército “ africano”, comandado por el sádico criminal Queipo de
Llano, en las ciudades conquistadas, huye hacia Almería, ciudad que aún no
había caído en poder de los sublevados, con los medios de los que disponían,
mayoritariamente a píe por una estrecha carretera que discurría por acantilados
entre la montaña y el mar.
Sobre
150.000 malagueños, la casi totalidad de ellos población civil y desarmada,
huyeron de Málaga, movidos por el terror y el temor por su vida. No les faltaba
motivos para pensar en una brutal represión. El castigo a la población
malagueña estaba decidido aunque huyeran y aunque no supusieran peligro alguno
para el desarrollo de la contienda armada.
La
“Desbandá” fue bombardeada por tierra y mar: los buque Canarias, Baleares y
Almirante Cervera bombardearon desde el mar, al mismo tiempo que fueron
perseguidos por bombardeos de tanques y de artillería. Más de cinco mil
andaluces de Málaga fueron asesinados como venganza por oponerse al golpe
militar.
Norman
Bethune, médico que se desplazó desde Valencia con una unidad de transfusión de
sangre para atender a los heridos, lo contaba de esta forma: “...lo que
quiero contaros es lo que yo mismo vi en esta marcha forzada, la más grande, la
más horrible evacuación de una ciudad que hayan visto nuestros tiempos...”
Los
que se quedaron, según cuenta el historiador Hugh Thomas, sufrieron una brutal
represión, habiendo sido contados más de 4.100 fusilados que fueron enterrados
en fosas comunes.
Poco
más de dos meses después, los que llegaron a Almería sufrieron un nuevo acto de
terror contra la población civil: en la madrugada del 31 de Mayo del mismo año,
el acorazado alemán Admiral Shees con cuatro destructores más bombardea la
ciudad de Almería. Desde la 7.29 h de la mañana y durante una hora, no dejan de
caer proyectiles. Una hora en la que cayeron 275 bombas produciendo 31 muertos,
55 heridos y 35 edificios destruidos.
Pablo
Neruda, horrorizado por este hecho de guerra contra la población civil, quiso
dejarlo en el recuerdo colectivo con este poema:
Un plato
para el obispo, un plato triturado y amargo,
un plato con
restos de hierro, con cenizas, con lágrimas,
un plato
sumergido, con sollozos y paredes caídas,
un plato
para el obispo, un plato de sangre de Almería.
Un plato
para el banquero, un plato con mejillas
de niños del
Sur feliz, un plato
con
detonaciones, con aguas locas y ruinas y espanto,
un plato con
ejes partidos y cabezas pisadas,
un plato
negro, un plato de sangre de Almería.
Cada mañana,
cada mañana turbia de vuestra vida
lo tendréis
humeante y ardiente en vuestra mesa:
lo
apartaréis un poco con vuestras suaves manos
para no
verlo, para no digerirlo tantas veces:
lo
apartaréis un poco entre el pan y las uvas,
a este plato
de sangre silenciosa
que estará
allí cada mañana, cada
mañana.
Un plato
para el Coronel y la esposa del Coronel,
en una
fiesta de la guarnición, en cada fiesta, sobre los juramentos y los escupos,
con la luz de vino de la madrugada
para que lo
veáis temblando y frío sobre el mundo.
Sí, un plato
para todos vosotros, ricos de aquí y de allá,
embajadores,
ministros, comensales atroces,
señoras de
confortable té y asiento:
un plato
destrozado, desbordado, sucio de sangre pobre,
para cada
mañana, para cada semana, para siempre jamás,
un plato de
sangre de Almería, ante
vosotros,
siempre.
Hasta aquí todo el mundo está de
acuerdo en que estos hechos son reales y fielmente constatados por
historiadores y cronistas. Incluso unos y otros, los beneficiados de los
“Pactos de la Moncloa”, en los que se da forma al Estado surgido tras la muerte
del Dictador por el pacto entre el neofranquismo y la socialdemocracia de
Felipe González y el eurocomunismo de Santiago Carrillo, se pusieron de acuerdo
en una interpretación dual, excluyente de interpretaciones más ajustadas a la
realidad política, social e histórica de la época.
De forma muy interesada, unos y
otros, los que protagonizaron el gran fraude político denominado “transición”,
y a través de las instituciones académicas del Estado y de los medios de
comunicación públicos y privados, han querido encorsetar el conflicto armado
que terminó con la II República española e inauguró los cuarenta años de
franquismo, entre defensores de la República y de la “Democracia” y los
partidarios del “orden”, entre “conservadores” y “progresistas”, entre
“republicanos” y “fascistas”, a través de un ejercicio de reduccionismo de la historia
que eliminara a los actores incómodos que podrían desmontar la visión de “dos”
bandos en conflicto.
Para que esta visión
“bipartidista” tuviera el éxito deseado, había que eliminar de la historia
oficial muchos de los hechos y acontecimientos anteriores al comienzo del
conflicto armado, así como otros acaecidos durante el mismo.
La II República, régimen burgués
basado en un economía capitalista y en la desigualdad territorial era acosada
por grupos anarquistas, comunistas y nacionalistas. La “Revolución de
Asturias”, fuertemente represaliada por el ejército español o los asesinatos de
jornaleros andaluces cuando en Casas Viejas proclamaron el comunismo
libertario, son sólo dos muestras de la represión republicana a los movimientos
revolucionarios por el acoso al que la II República estaba siendo sometida por
estos movimientos, muy numerosos en zonas como el Norte peninsular, Catalunya o
Andalucía.
Los militares que se sublevan en
el Norte de África, lo hacen con la bandera de España, la tricolor, que en
aquellos momentos era reconocida por la totalidad de los militares como
legítima. En un principio, la sublevación no estaba dirigida contra el Estado
establecido, sino contra los que actuaban contra él mismo, contra los que
querían derribar la república burguesa y construir un Estado socialista basado
en otra forma de reparto de la riqueza.
Los acontecimientos llevan a los
militares africanistas a enfrentarse al gobierno de la República, y a las
organizaciones revolucionarias a luchar contra los militares. Esto no significa
que organizaciones revolucionarias como las anarquistas, comunistas y
nacionalistas defendieran a la República; defendían sus vidas de la represión
que desde el comienzo de la sublevación venían anunciando los mandos militares;
no defendieron a una República a la que meses antes intentaban derribar.
En los casos particulares de las
ciudades de Málaga y Almería, estas fueron de las últimas en caer en manos de
los sublevados gracias a las milicias populares que impidieron que sus ciudades
se inclinaran por el apoyo al golpe de Estado. Estas milicias populares estaban
formadas principalmente por anarquistas y comunistas, enfrentados a los
gobiernos de la II República.
Por todo esto, podemos decir que
en la contienda armada denominada “Guerra civil”, no había exclusivamente dos
bandos, los republicanos y los fascistas. Otros actores han sido olvidados:
anarquistas, comunistas, nacionalistas...que nutrieron las trincheras de la
lucha contra el fascismo y fueron los últimos en abandonar la resistencia
posterior al triunfo del bando militar, en los denominados “maquis”. Sin duda
alguna, esas mismas milicias populares que lucharon contra el fascismo hubieran
luchado contra la República si esta hubiera resultado airosa en el
enfrentamiento contra los sublevados.
El bando revolucionario es el que
peor salió parado del “Alzamiento Nacional”, pues no solo fueron derrotados y
cruelmente represaliados, sino que han sido olvidados por la historia que han
construido los vencedores, neofranquistas y socialdemócratas.
Los asesinados en la “desbandá”
de Málaga o en los bombardeos de Almería, no eran “Republicanos”, eran
andaluces que huían del terror, muchos eran revolucionarios que de unas u otras
formas lucharon contra una República burguesa y contra el fascismo militar, las
dos caras de una misma moneda, dos formas de gobierno al servicio de la misma
clase social, la de los poderosos, la del capital.
Alí Manzano, militante de Nación Andaluza - Almería
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